La semana pasada he seguido las noticias sobre lo que pasó en París entre la incredulidad y la impotencia. En el centro de Europa, en medio de una sociedad desarrollada, en el seno de familias «normales» crecen personas que un día deciden inmolarse y sacrificar con ellos a todo el que este cerca.
¿Qué nos está pasando? Porque lo que a estas alturas ha quedado bastante claro es que, sea lo que sea que esté ocurriendo, no es algo que sucede a unos pocos extremistas, no es algo exclusivo de inmigrantes de segunda o tercera generación… Lo que sea que esté pasando, nos está pasando a todos. Como sociedad, compartimos un período de la historia de la humanidad que como cada etapa tiene sus peculiaridades. En este momento, la cultura occidental sufre una progresiva pérdida de valores y de principios. Los que teníamos no nos sirven y los hemos reemplazado por otros que hace unos años descubrimos que no se sostenían.
Estos días se habla de democracia, de la libertad, la fraternidad y la igualdad. Pero me da la impresión de que estas palabras nos quedan grandes, como sociedad no las entendemos ni las aplicamos. Recurrimos a ellas cuando necesitamos ampararnos en algo, buscar refugio ante la barbarie pero el consuelo que nos ofrecen es pequeño; nos llenan la boca pero no el alma.
La función de los valores es servirnos de guía, son nuestro radar de las cosas que valen la pena en esta vida. Sin valores, estamos perdidos. Los valores nos enseñan que una forma de actuar es mejor que su opuesta; nuestros valores y sistemas de valores orientan nuestra conducta. Los valores son lo que nos hace entender que la familia es importante, que la amistad es fuente de satisfacciones, que vivir en paz es bueno y… matar es malo.
Según Juan Carlos Jiménez, los valores nos proporcionan una pauta para formular metas y propósitos, personales o colectivos.
El autor Simon Dolan recalca la importancia de conocer los valores personales y colectivos, tener claro qué es lo más importante. En palabras de Dolan: “Hoy la raza humana se enfrenta a multitud de problemas que exigirán esfuerzos individuales y colectivos para su resolución.(..) Y en el centro de esos esfuerzos debe haber unos valores sanos y sostenibles. Educar e ilustrar a los ciudadanos para que se dejen guiar por la conciencia y no por la compulsión será un paso decisivo en la activación de esos valores”.
Lo cierto es que no compartimos valores y como no los compartimos no los transmitimos y aquí está, en mi opinión, parte de la respuesta a la pregunta del título. Lo que nos está pasando es que no somos capaces de transmitir a nuestros jóvenes valores que les sirvan de guía.
El problema es que todos los humanos en algún momento de nuestra vida nos preguntamos quienes somos, de dónde venimos y a donde vamos. Sin valores estamos confusos y cuando nos sentimos perdidos somos carne de cañón para que venga alguien convencido de cualquier idea, de cualquier valor para que lo adoptemos como nuestro y sintamos que finalmente hemos encontrado nuestra misión en la vida.
Y está muy bien que ante los atentados reforcemos la seguridad y estrechemos lazos con nuestros países vecinos. Esta muy bien que nos preparemos para más ataques y que intentemos evitarlos; pero si admitimos que es la falta de valores la que nos está llevando a esta situación incontrolable entonces quizás la solución se la deberíamos preguntar a los sociólogos, a los filósofos, a quienes nos puedan explicar cómo podemos recuperar como sociedad, unos valores compartidos que nos sirvan de raíz para los vaivenes de la vida. Sino seguiremos, especialmente nuestros jóvenes, a merced del primero que venga a darnos su explicación del mundo.
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